A todos nos pasa. Hay quien lo sufre en las alturas, quien lo padece cuando ve un reptil de cerca, o quien no puede dormir si no tiene una luz tenue encendida que aplaque la oscuridad. El miedo es libre. Y el miedo existe. Reconocerlo es el primer paso para superarlo.
Hay fobias tan comunes como las anteriormente citadas, y tan extrañas como las siguientes: turofobia (miedo a ver/oler un trozo de queso), coulrofobia (miedo a los payasos), ombrofobia (miedo a la lluvia), omfalobia (miedo a los ombligos), pogonofobia (miedo a las barbas)…y así una lista interminable e inverosímil a la vez.
Si hasta existe una fobia a mirar el cielo (uranofobia), ¿cómo no va a existir la odontofobia? Miedo a ir al dentista, a sentarte en su cómodo sillón, a escuchar el motor de unas turbinas en pleno funcionamiento, etc etc… Bien, pues ha llegado el momento de desmitificarlo.
Para vencer cualquier miedo, es esencial analizarlo previamente. Muchos de los pacientes que dicen sentir miedo al dentista, han pasado por alguna experiencia negativa anterior. Y puede llegar a tener cierto sentido; hace muchos años la odontología no había evolucionado tanto ni tan bien como en la actualidad; los métodos eran otros (las extracciones estaban a la orden del día) y la tecnología no gozaba de los adelantos informáticos de los que disfrutamos hoy en día. Con ello, los pacientes no tienen por qué haberlo pasado mal, pero es posible que la probabilidad de haber tenido alguna mala experiencia fuera superior. Actualmente, la aparatología dental ha mejorado tanto sus prestaciones, que aportan una seguridad extra en el profesional, y ello es transmitido a su vez al paciente.
Por otro lado, es fundamental ponerse en buenas manos. Desgraciadamente, cada día se descubren más casos de clínicas fraudulentas, o empresas dentales (no confundir con consultas odontológicas) abocadas al fracaso, debido a que no tratan a los pacientes con la profesionalidad y la honestidad que se requieren. Si la odontofobia no se ha erradicado totalmente en pleno siglo XXI, muchas veces proviene de experiencias (tanto propias, como de personas del entorno) en este tipo de “establecimientos”.
Para finalizar con nuestra particular lucha contra el “miedo al dentista” hay un factor primordial que todo profesional odontológico debe tener y sabe utilizar; la psicología. Cada paciente es diferente, y a pesar de que esto resulte una obviedad, hay que ponerse en la piel de cada uno de ellos, generando así una confianza y empatía para que ellos se encuentren realmente cómodos y tranquilos cuando acuden a la consulta.
Intentemos por tanto, hacer de nuestra visita al dentista, un hábito común (al menos cada seis meses), para de esta manera superar cualquier mínimo miedo.
Querido lector, si ha llegado hasta estas últimas líneas, esperamos haber ayudado a paliar al menos un poco su odontofobia (en el caso de tenerla), y que combine todos los consejos descritos (ponerse en las mejores manos; las de un buen odontólogo que sepa combinar profesionalidad/saberhacer con psicología, y apoyado en los mejores avances tecnológicos) para superar definitivamente sus temores.